Por Ricardo Rincón González. Abogado, exparlamentario.
El modelo de televisión pública en Chile, encarnado en Televisión Nacional (TVN), atraviesa una de sus crisis más profundas. No se trata solo de pérdidas financieras –aunque estas son significativas–, sino de una desconexión estructural entre su propósito, su modelo de negocios y la realidad del ecosistema audiovisual actual. La reciente alerta sobre su “apagón financiero” no hace sino reflejar lo que expertos, trabajadores y televidentes vienen señalando hace años: el modelo TVN está agotado.
Pero si el diagnóstico es claro, la solución no puede ser cargar el peso de su rescate directamente sobre los ciudadanos, mediante nuevos impuestos. Chile no puede darse el lujo de sostener una televisión pública a costa del bolsillo de los contribuyentes en un contexto de estrechez fiscal, inflación persistente y exigencias sociales cada vez más complejas. Obligar a cada hogar a financiar una señal que hoy no logra ni representar cabalmente a las regiones ni competir en calidad con la oferta privada o de streaming, sería tan injusto como políticamente inviable.
En cambio, lo que urge es una reforma integral y creativa, que redefina la misión de TVN y le permita subsistir, competir y contribuir desde una lógica moderna, sin transformar al ciudadano en pagador obligado. La televisión pública debe apostar por un modelo mixto e inteligente, basado en cuatro pilares esenciales:
- Fondo patrimonial de apoyo estructural, sujeto a reglas claras y metas de cobertura, pluralismo y producción de contenidos culturales, educativos y regionales. Esto es más eficiente y transparente que un impuesto general.
- Conversión de TVN en una carretera de distribución para productoras externas, promoviendo la creación audiovisual chilena en todo el país y democratizando el acceso a pantallas.
- Ingreso definitivo al ecosistema digital y de streaming, con una estrategia multiplataforma robusta y flexible que capte nuevas audiencias sin perder vocación pública.
- Régimen de remuneraciones razonables, alineado con los estándares del mercado público, donde rostros y ejecutivos no se distancien indebidamente de las capacidades financieras de la señal.
El debate no es si debe existir una televisión pública. Sí debe existir. Pero no como un monumento nostálgico ni como un privilegio de pocos, sino como una plataforma moderna, austera, eficiente y profundamente conectada con la diversidad del país. Reformarla con visión, y no con carga tributaria, es el verdadero desafío.