Editorial
Las conclusiones de la Comisión para la Paz y el Entendimiento marcan, sin duda, un avance en uno de los desafíos más complejos y sensibles que enfrenta Chile: la relación entre el Estado y el pueblo mapuche, en el contexto del conflicto por tierras, reconocimiento y convivencia pacífica. El anuncio del Presidente Boric de concentrar los esfuerzos en cinco ejes prioritarios es una señal relevante, pero no suficiente. Porque si algo ha demostrado la historia reciente, es que la profundidad del problema no admite soluciones rápidas ni construidas desde la unilateralidad.
En ese sentido, el llamado de comunidades mapuche abiertas al diálogo —quienes rechazan explícitamente la violencia— a “apurar” la implementación de las medidas debe entenderse con empatía, pero también con cautela. Apurar sin precisión puede derivar en error. Implementar sin legitimidad puede derivar en rechazo. Y avanzar sin consensos puede terminar profundizando la fractura que se busca sanar.
Es cierto que hay urgencia. Las décadas de postergación, despojo y desconfianza no dan margen para nuevas dilaciones. Pero precisamente por ello, el proceso que ahora se inicia debe ser doblemente cuidadoso, responsable y transparente. No basta con señalar ejes. Se requiere explicar cada una de las bajadas, establecer un calendario realista, garantizar el principio de consulta libre, previa e informada, y construir las condiciones políticas e institucionales para su implementación.
El riesgo de polarización existe, como advierten con razón dirigentes mapuche. No por el contenido del informe en sí, sino por el uso político que se pueda hacer de él. Por eso es esencial que el Gobierno resista la tentación de capitalizar esto como un triunfo unilateral, y entienda que el valor de la Comisión está precisamente en su carácter transversal, técnico y dialogado. Cualquier intento por imponer soluciones o acelerar anuncios sin sustento puede poner en peligro lo que hoy aparece como una oportunidad.
La paz se construye con verdad, pero también con tiempo. Y el entendimiento no se decreta: se cultiva. El trabajo de la Comisión es un punto de partida valioso, pero su concreción exigirá lo más difícil: escucha, humildad y compromiso de largo plazo. Solo así se honrará su nombre. Y solo así Chile podrá mirar de frente a su historia y avanzar con justicia y unidad.