Por Ricardo Rincón González. Abogado
El reciente crecimiento de 2,5% registrado por la economía chilena en abril ha sido celebrado por el Gobierno como una “buena noticia”. Pero en lugar de aplausos, lo que corresponde es una seria reflexión. Porque cuando un país que aspira al desarrollo comienza a considerar un crecimiento mediocre como un logro, lo que aflora no es una recuperación económica, sino un conformismo estructural que amenaza con perpetuar la mediocridad.
Chile no necesita simplemente “crecer”, sino despegar. Necesita volver a avanzar al ritmo de las naciones que han superado el ingreso medio, que han dejado atrás la dependencia de materias primas, que han apostado por la innovación, la inversión y la productividad. Un crecimiento de 2% o 2,5%, como bien ha señalado Hermann González, no permite reducir con decisión la pobreza, mejorar significativamente los salarios, ni sostener un Estado que promete más y más derechos sociales sin nuevas fuentes estables de ingresos fiscales.
En ese contexto, la última Cuenta Pública del Presidente Boric fue una oportunidad desperdiciada. No hubo un plan serio de reactivación económica. No se propuso un gran pacto por la inversión, ni una agenda nacional de productividad. No se habló de simplificación regulatoria, ni de modernización del Estado, ni del destrabe de proyectos. Mientras tanto, más de US$70 mil millones en iniciativas productivas siguen paralizados por burocracia, incerteza jurídica o lentitud administrativa.
El conformismo económico no solo es una actitud política. Es una trampa social. Porque el crecimiento bajo y sostenido durante años genera frustración, frena la movilidad social y alimenta una peligrosa espiral de expectativas incumplidas, populismo y polarización. No hay democracia sana sin una economía que funcione bien, con empleo digno, inversión dinámica y oportunidades reales.
Chile supo crecer al 5% o más durante dos décadas. Hoy, una economía global más compleja y un ciclo menos favorable no deben ser excusas para la resignación. Más bien deben ser el motor para cambiar el modelo de crecimiento con medidas concretas, no con retórica vacía. Eso significa poner el foco en los incentivos a la inversión privada, en mejorar el capital humano técnico, en promover exportaciones de valor agregado, en atraer tecnología y capital de riesgo, y en destrabar la inversión en sectores estratégicos como la minería, la energía, el hidrógeno verde, el turismo y el espacio digital.
Pero nada de eso ocurrirá mientras sigamos atrapados en una mirada miope, que se conforma con crecer apenas lo suficiente para decir que “ya no estamos en recesión”. Porque crecer 2,5% después de una fuerte contracción no es avanzar: es apenas mantenerse a flote.
Si Chile quiere volver a liderar en América Latina y aspirar a ser un país desarrollado en serio, el conformismo debe ser derrotado por la ambición, por la visión de largo plazo, por la valentía de hacer reformas que duelen pero que rinden frutos. Esa es la verdadera tarea pendiente. Todo lo demás es aplazar, una vez más, el desarrollo.