Por Ricardo Rincón González. Abogado, exparlamentario.
La caída sostenida de la natalidad en Chile ya no puede atribuirse a una “crisis de valores” o a una “pérdida de vocación familiar”, como algunos erróneamente intentan simplificar. El reciente estudio publicado por El Mercurio lo deja en evidencia: el 63% de las personas en Chile no planea tener más hijos, y la razón principal es económica. No se trata de una negación de la maternidad o la paternidad, sino de una constatación dura: tener hijos en Chile es, para muchos, un lujo imposible.
Casi la mitad de quienes no planean ampliar su familia mencionan los bajos salarios y el alto costo de la vida como factores decisivos. Pero no solo eso. Se suma la inseguridad, la inestabilidad laboral, la falta de apoyos reales para compatibilizar trabajo y crianza, y un entorno que no acompaña, sino que agobia. No es que las personas no quieran tener hijos: el 60% todavía considera que es algo positivo y deseable. Lo que ocurre es que el país no ofrece las condiciones mínimas para hacerlo con dignidad.
Frente a este panorama, urge que la política pública dé un giro profundo. No bastan bonos esporádicos ni slogans pro natalidad. Lo que se requiere es un compromiso estructural del Estado con la crianza y la vida familiar. Las demandas ciudadanas son claras: más apoyo en el mundo del trabajo, acceso universal a jardines infantiles y salas cuna, permisos parentales equilibrados y corresponsables, horarios laborales que permitan presencia real en la crianza, incentivos tributarios, viviendas familiares asequibles y seguridad para moverse en el espacio público.
Chile necesita entender que fomentar la natalidad no es un asunto ideológico, sino estratégico. Sin relevo generacional, no hay sistema de pensiones sostenible, ni productividad a largo plazo, ni cohesión social duradera. Un país que no protege a sus niños desde antes de nacer, es un país que renuncia a su futuro.
Por eso, más allá de la legítima fiscalización o la urgencia de otros debates, es momento de que todas las fuerzas políticas asuman el desafío demográfico como una prioridad nacional. Si queremos más hijos, debemos construir un país donde tenerlos no sea una amenaza al bienestar, sino una esperanza real. Y eso empieza por políticas públicas ambiciosas, permanentes y centradas en las familias. Sin condiciones, no hay cuna. Y sin cuna, no hay país.