Editorial
Chile es un país que dice premiar el esfuerzo. Y sin embargo, hoy asistimos a una paradoja que desmiente ese principio en uno de los ámbitos más sensibles: la educación. Según revela El Mercurio, alumnos de alto rendimiento académico están quedando fuera de la Beca Presidente de la República, una ayuda emblemática que debiera servir precisamente para reconocer y respaldar a los estudiantes más destacados de sectores vulnerables.
La beca está diseñada para jóvenes de enseñanza media y superior que acrediten mérito académico y pertenencia a hogares de menores ingresos. Sin embargo, el límite presupuestario y el congelamiento de los cupos disponibles –52.947 en total– han provocado que muchos alumnos, incluso cumpliendo todos los requisitos, queden excluidos del beneficio. En la práctica, el sistema no está reconociendo el mérito: está racionando la oportunidad, dejando al azar burocrático lo que debería ser una política de Estado prioritaria.
Los expertos lo advierten con claridad: esta situación no solo afecta la equidad, sino que además desincentiva el esfuerzo y la perseverancia escolar. ¿Qué sentido tiene decirles a nuestros jóvenes que el camino para salir adelante es el estudio, si luego el Estado les cierra la puerta incluso cuando cumplen con excelencia? ¿Qué mensaje recibe un estudiante que saca las mejores notas, enfrenta adversidades, se levanta a las cinco de la mañana para llegar a clases, y luego descubre que su beca fue “asignada a otro”? El mensaje es devastador.
Más grave aún es que esta crisis se da en medio de una severa deserción escolar y universitaria, fenómeno que se arrastra desde la pandemia y que golpea con más fuerza a los sectores vulnerables. El retiro silencioso de muchos jóvenes del sistema educativo no solo debilita su proyecto de vida, sino que compromete el futuro del país. En ese contexto, negar apoyo a los estudiantes que lo merecen no es solo una injusticia: es una política suicida.
El Estado debe entender que la inversión en capital humano no puede medirse en cupos congelados ni en presupuestos rígidos. Si un estudiante cumple los requisitos de excelencia y vulnerabilidad, la respuesta debe ser siempre “sí”. La Beca Presidente de la República debe funcionar como un derecho garantizado para quienes se lo ganan con esfuerzo, no como un concurso limitado por restricciones administrativas.
No hay discurso más vacío que el que alaba el mérito sin respaldarlo con recursos. Y no hay error más profundo que frustrar a quienes todavía creen que estudiar vale la pena. El mérito sin apoyo se transforma en resignación. Y la resignación, en abandono.