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Aysén: la urgencia de revertir el éxodo silencioso

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Mientras Chile en su conjunto muestra un crecimiento demográfico modesto, Aysén da una preocupante señal de alarma: su población no crece, disminuye. Según los datos del Censo 2024, la región perdió un 2,4% de sus habitantes en apenas siete años, bajando de 103.158 a 100.745 personas. Y lo más grave no es sólo el número: es la tendencia estructural que esta caída revela.

La disminución de nacimientos —una baja de más del 43% en los últimos quince años— y el acelerado envejecimiento poblacional dibujan un futuro incierto. Se proyecta que para 2035 el porcentaje de adultos mayores se duplicará respecto de 2017, configurando una región con más necesidad de servicios de salud, pensiones y asistencia, pero con menos trabajadores para sostener esa carga.

¿Por qué Aysén pierde habitantes? No es casualidad. Los altos costos de vida, la limitada oferta de servicios básicos, las dificultades de conectividad y las desigualdades territoriales empujan a las personas a buscar futuro en otras regiones. En comunas como Guaitecas o Chile Chico, la pobreza multidimensional alcanza niveles superiores al 16%, un dato que no sólo mide ingresos, sino también calidad de educación, acceso a salud y condiciones de vivienda.

La consecuencia es doblemente grave: Aysén no sólo pierde población, sino también capital humano joven, innovación y emprendimiento. El círculo vicioso es evidente: menos habitantes implican menos masa crítica para sostener actividad económica, lo que a su vez desincentiva inversiones públicas y privadas, perpetuando la dependencia de subsidios y programas de emergencia.

Este éxodo silencioso debería estar en el centro de la agenda pública. Aysén necesita políticas audaces, no parches. Incentivos directos a la natalidad —como subsidios a las familias y apoyo a la conciliación laboral— son una primera pieza. Pero también es indispensable mejorar la infraestructura, la conectividad digital, la oferta de servicios médicos y educativos, y abrir la región a nuevos polos de desarrollo como el turismo sostenible, la agroindustria y la innovación tecnológica adaptada a su geografía única.

La descentralización, tantas veces prometida y tan escasamente cumplida, debe materializarse en Aysén con decisiones regionales efectivas, que permitan diseñar e implementar estrategias hechas a medida de su realidad y no replicadas mecánicamente desde Santiago.

Salvar a Aysén del despoblamiento no es sólo un acto de justicia territorial. Es también, y sobre todo, una apuesta estratégica por un Chile más equilibrado, resiliente y capaz de crecer desde todas sus regiones. No podemos permitirnos perder el sur profundo. Porque cuando Aysén se vacía, todo Chile se empobrece.

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