Editorial
La política argentina vuelve a sacudirse con una jugada audaz de Javier Milei. Tras la sorpresiva victoria de su fuerza, La Libertad Avanza (LLA), en las elecciones legislativas de la Ciudad de Buenos Aires, el Presidente no solo celebra un éxito electoral impensado hace un año, sino que proyecta ahora una estrategia de expansión territorial con ambiciones de poder real: conquistar la provincia de Buenos Aires y acercarse a una mayoría parlamentaria.
En su estilo provocador y sin eufemismos, Milei anunció que buscará una alianza con el PRO, el partido fundado por Mauricio Macri, “le guste o no” al expresidente. Más allá de la frase punzante, el mensaje es claro: Milei no está dispuesto a subordinar su proyecto a las reticencias de liderazgos tradicionales, y avanza en la construcción de una nueva coalición que, en los hechos, podría reconfigurar el tablero político argentino.
La provincia de Buenos Aires —bastión peronista por décadas— se convierte ahora en el terreno de disputa clave. No solo por su peso electoral, sino por su capacidad simbólica para marcar el rumbo de las reformas que el Gobierno autodenominado libertario ha intentado impulsar con dificultades desde su llegada al poder. Una victoria ahí, en septiembre, no solo reforzaría la legitimidad de Milei, sino que lo acercaría a una mayoría parlamentaria que le ha sido esquiva hasta ahora.
La posibilidad de una alianza entre LLA y el PRO plantea una paradoja interesante: el mismo Macri que vio en Milei una carta para castigar al peronismo y debilitar a sus adversarios internos, hoy enfrenta la disyuntiva de ser actor secundario en una coalición liderada por otro. Para el PRO, sumarse a Milei es una decisión existencial: o se adapta al nuevo ciclo y conserva relevancia, o se convierte en un partido testimonial, desplazado por el vértigo de la nueva extrema derecha argentina.
La apuesta de Milei es riesgosa, pero lógica. Si logra articular una alianza que le permita gobernabilidad legislativa, podrá transformar su agenda disruptiva —hasta ahora más declarativa que efectiva— en leyes concretas. Si fracasa, quedará aún más aislado, expuesto al desgaste natural del poder y a las resistencias de un Estado que no se reforma solo con discursos.
Lo que está en juego no es solo una elección provincial. Es la consolidación o el freno del proyecto mileísta y, también, la redefinición de las derechas argentinas, su vocación de poder y su capacidad para construir mayorías en un país acostumbrado a la fragmentación.
Lo cierto es que Milei ha demostrado que no juega a administrar lo existente. Su mirada está puesta en redibujar la geometría del poder en Argentina. Y lo está haciendo, a su manera, con resultados que sorprenden a propios y extraños.

