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La democracia: el patrimonio vivo que debemos proteger

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Más allá de los edificios históricos y monumentos, el Día del Patrimonio nos invita a reflexionar sobre el legado intangible que da sentido a nuestra convivencia: la democracia. Un sistema que se construye día a día y que no debe darse por sentado.

Cada año, durante el último fin de semana de mayo, miles de personas recorren museos, escuelas emblemáticas, palacios y espacios patrimoniales de todo el país. El Día del Patrimonio ya es una tradición que crece en convocatoria y significado. Sin embargo, la efervescencia de estos días también invita a pensar en aquello que no siempre es visible: los patrimonios intangibles. En ese marco, uno de los más relevantes —y a menudo olvidado— es la democracia.

Chile ha vivido profundas transformaciones sociales y políticas a lo largo de su historia reciente. Desde el retorno a la democracia en 1990, tras una dictadura que duró 17 años, el país ha avanzado con tropiezos, pero también con firmeza hacia una sociedad más abierta, plural y participativa. Este proceso no ha sido automático, ni mucho menos garantizado. Ha requerido del esfuerzo constante de generaciones de ciudadanos comprometidos, organizaciones sociales, instituciones republicanas y una prensa libre.

La democracia, como patrimonio, es una construcción colectiva que se renueva en cada votación, en cada protesta pacífica, en cada medio que investiga, en cada ciudadano que participa. No es solo un sistema político; es una forma de vida basada en el respeto, la inclusión y el diálogo. Es un espacio donde coexisten las diferencias y donde la soberanía se ejerce desde la base: el pueblo.

En un contexto regional e internacional donde el autoritarismo asoma con fuerza y los discursos de odio ganan terreno, cuidar la democracia se vuelve más urgente que nunca. No basta con celebrar elecciones. Hay que defender la libertad de expresión, fortalecer la educación cívica, garantizar la justicia y combatir las desigualdades que erosionan la confianza en el sistema democrático.

El Día del Patrimonio debería ser también una oportunidad para abrir las puertas de nuestras instituciones democráticas: que el Congreso, los tribunales, los municipios, las juntas vecinales y los espacios de participación ciudadana se llenen de personas que comprendan su rol y valor. Porque si no se conoce, no se cuida. Y si no se cuida, se pierde.

Celebrar el patrimonio, en definitiva, es honrar lo que nos hace ser una comunidad. Y no hay mayor símbolo de esa comunidad que una democracia activa, plural y viva.

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