Editorial
Por fin. Aunque con décadas de retraso, Chile comienza a saldar una deuda histórica y cultural con una de sus más grandes figuras: Gabriela Mistral. La reciente licitación para instalar un monumento en su honor en la Plaza Baquedano, el centro simbólico de la capital y del país, es una señal potente —y necesaria— de revalorización de nuestro patrimonio intelectual y poético. No se trata solo de un acto artístico o urbano, sino de una corrección política, estética y ética de larga data.
Gabriela Mistral fue mucho más que la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel. Fue maestra, diplomática, pensadora, activista por los derechos de la infancia y la educación pública, una mujer adelantada a su tiempo, que llevó el nombre de Chile a los rincones más altos del pensamiento universal. Y, sin embargo, la capital chilena no le había ofrecido aún un lugar de honor. Se le reconocía en textos escolares, en nombres de escuelas y calles, pero no en ese espacio físico y simbólico por excelencia donde dialogan las memorias colectivas del país.
Por eso resulta tan significativa esta convocatoria pública que vincula su figura con las “mujeres de Chile”, en plural. Porque Mistral nunca escribió para sí misma: escribió por las niñas olvidadas, las madres silenciadas, las campesinas pobres, las profesoras rurales. Fue la voz de lo invisible, la poeta de las periferias humanas y emocionales. Ubicar su imagen y su legado en Plaza Baquedano es también reivindicar el papel de la mujer en la historia nacional, muchas veces omitida o reducida a los márgenes de la narrativa oficial.
El hecho de que la convocatoria se haya hecho por licitación pública, con múltiples propuestas, abre además un debate ciudadano enriquecedor sobre el arte y la ciudad, como lo ha demostrado la votación espontánea que impulsa el programa Santiago Adicto. Más de dos mil personas han participado, y eso dice algo: el país quiere apropiarse de sus símbolos, discutirlos, hacerlos suyos, no solo admirarlos a distancia.
Este proyecto no solo embellecerá el espacio urbano. También transformará la Plaza Italia —hoy rebautizada por muchos como Plaza Dignidad— en un lugar más amplio y plural, capaz de rendir homenaje no a los vencedores de guerras o los militares de antaño, sino a las voces que construyeron la identidad nacional desde la palabra, la ternura, la justicia y la educación.
Que Gabriela Mistral esté al centro de Santiago no es un gesto menor. Es una declaración de principios. Una ciudad que pone a sus poetas en la plaza central es una ciudad que cree en el alma como motor del desarrollo.
Y eso, en un tiempo de polarización y desencanto, es una luz que no debiéramos dejar apagar jamás.

