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El poder regional no es un cheque en blanco, pero tampoco debe ser una ilusión

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En tiempos en que la descentralización aparece como un imperativo político y una esperanza para las regiones, los graves antecedentes que comienzan a envolver al círculo cercano del gobernador metropolitano, Claudio Orrego, deben ser abordados con firmeza institucional, pero sin frenar el proceso de transferencia de poder a los territorios.

Los nuevos antecedentes sobre tratos directos, convenios cuestionables y eventuales conflictos de interés no pueden entenderse solo como un “ruido político” más. Tampoco pueden explicarse con gestos comunicacionales como la autodenuncia del propio Orrego. Lo que está en juego no es solo un nombre, sino la fe pública en un nuevo modelo de administración regional.

Por eso es importante que se activen todos los mecanismos de control. La reunión de la oposición con la contralora Dorothy Pérez y el eventual requerimiento ante el Tricel son acciones que fortalecen el principio de responsabilidad. El poder regional debe ejercerse con la misma probidad y transparencia que se exige al poder central.

Sin embargo, sería un error monumental usar este episodio como excusa para frenar o revertir el proceso de descentralización. Hoy, todos los gobiernos regionales de Chile en conjunto no administran más del 3% del presupuesto nacional, lo que revela que el país sigue profundamente centralizado, con regiones supeditadas a la voluntad de Santiago, incluso para resolver necesidades básicas.

El desafío es doble: mayor fiscalización, pero también más atribuciones. Más responsabilidad, pero también más herramientas para responder al desarrollo regional. Lo contrario sería castigar a las regiones por los errores de personas, y no por las falencias de un sistema aún incompleto.

Chile necesita más descentralización, no menos. Pero necesita, sobre todo, una descentralización responsable, profesional, con mecanismos de rendición de cuentas sólidos y con una ciudadanía empoderada que vigile y exija. Solo así podremos avanzar hacia un modelo territorialmente justo, eficaz y éticamente sostenible.

El poder regional no es un cheque en blanco. Pero tampoco puede seguir siendo una ilusión de autonomía sin recursos.

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