Editorial
En 1950, un puñado de trazos y palabras sencillas dieron origen a uno de los universos más entrañables del siglo XX: Peanuts. De la mano de Charles M. Schulz, nacieron Charlie Brown, Snoopy, Lucy, Linus y toda una pandilla que, con humor, ternura y una dosis inesperada de filosofía, conquistaron las páginas de los periódicos y el corazón de millones.
Schulz, fallecido en el año 2000, entendió como pocos que las grandes verdades podían esconderse en las cosas pequeñas: en la inseguridad de Charlie Brown antes de lanzar una pelota, en el sueño imposible de Snoopy por ser un as de la aviación, o en las observaciones lapidarias de Lucy desde su improvisado consultorio de psicología. Su genialidad fue combinar la inocencia con una reflexión profunda sobre la vida, la amistad, la soledad y la esperanza.
A 25 años de su muerte, el legado sigue vivo. No solo en tiras reeditadas y en la memoria colectiva, sino también en nuevos proyectos como Snoopy presenta: Un musical de verano, que llega este 15 de agosto, producido por su hijo Craig Schulz. Mantener vivo un universo tan querido es un desafío enorme, pero también un recordatorio de que Peanuts no pertenece solo a una época, sino a un sentimiento universal: la necesidad de un refugio, de un lugar seguro donde reírnos de nuestras torpezas y reconocernos en las de los demás.
Schulz no solo dibujó personajes: dibujó un espejo amable en el que el mundo entero puede mirarse. Y mientras Charlie Brown siga intentando patear el balón, mientras Snoopy siga escribiendo novelas en lo alto de su caseta, ese espejo seguirá reflejando lo mejor y lo más humano de todos nosotros.