Editorial
El reciente Informe de Política Monetaria (IPoM) presentado por el Banco Central refleja con claridad la fragilidad estructural de nuestra economía: una proyección de crecimiento entre 2% y 2,75% para 2025, una creación de empleo estancada, un aumento de los costos laborales y un complejo escenario externo que presiona tanto la inflación como las expectativas. Lejos de ser un logro, estas cifras son la confirmación de que Chile no está creciendo al nivel que necesita para alcanzar el desarrollo.
La presidenta del Banco Central, Rosanna Costa, ha sido clara: “retomar una senda de mayor crecimiento de tendencia tiene una prioridad elevada”. El diagnóstico es correcto, pero parece no ser compartido con igual intensidad por las autoridades políticas. El Presidente Boric, en cambio, optó por una lectura complaciente, afirmando que “Chile sigue en la senda del crecimiento”, minimizando los desafíos estructurales que el propio IPoM evidencia.
No podemos normalizar el estancamiento. Un país que aspira a mejorar las pensiones, invertir en infraestructura, financiar adecuadamente la educación y la salud pública, y enfrentar la transición tecnológica y climática, no puede conformarse con crecer un 2,5% anual. Necesitamos tasas sostenidas de al menos 4% o 5% para aspirar, de forma realista, a converger con los niveles de vida de los países desarrollados.
Lo más grave no es sólo el bajo crecimiento, sino la falta de una estrategia clara para revertirlo. Las rigideces del mercado laboral, la excesiva carga regulatoria, el deterioro en las condiciones para invertir, la incertidumbre jurídica y la falta de visión para aprovechar sectores estratégicos como el litio, la energía verde, el turismo, la economía digital y el juego online regulado, están minando nuestra competitividad.
Además, el informe señala que los costos laborales han aumentado por encima de la productividad, lo que podría afectar la contratación formal, especialmente de jóvenes y mujeres. Si a eso se suma la baja creación de empleo y un déficit fiscal persistente, el riesgo no es sólo de bajo crecimiento, sino de empobrecimiento relativo frente a otras economías emergentes que ya nos han sobrepasado.
Chile necesita una nueva narrativa de crecimiento, basada en inversión, productividad, innovación y eficiencia estatal. No podemos seguir celebrando pequeñas mejoras como grandes victorias. El conformismo, cuando se instala como política de Estado, es el verdadero freno al desarrollo.
Lo que está en juego no es solo el próximo informe económico, sino el destino social y político de Chile para las próximas décadas.