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IA y educación: cuando el atajo se convierte en retroceso

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Editorial

La irrupción de la inteligencia artificial generativa ha transformado múltiples dimensiones de la vida moderna. Pero tal vez ningún ámbito esté siendo más radicalmente afectado —y al mismo tiempo menos discutido— que la educación escolar y universitaria. Lo que parecía una herramienta de apoyo se está convirtiendo, peligrosamente, en un sustituto del proceso formativo mismo.

Como bien advierte Matías Reeves en su carta “La IA y la manera en que aprendemos” (El Mercurio, 30 de junio), el uso de herramientas como ChatGPT se ha vuelto tan extendido que uno de cada siete artículos biomédicos habría utilizado IA para redactar sus resúmenes. En las universidades más prestigiosas del mundo ya se ha tenido que volver al lápiz y papel, o incluso a las pruebas orales, porque simplemente ya no es posible saber quién está realmente detrás de un ensayo.

El problema no es la tecnología en sí. La IA, bien usada, puede enriquecer la docencia, expandir los recursos pedagógicos, ayudar a personalizar el aprendizaje. Pero sin supervisión, sin regulación y sin reflexión crítica, su uso puede significar un daño estructural: estudiantes que no aprenden a pensar por sí mismos, que externalizan sus procesos cognitivos, que no desarrollan habilidades esenciales como la argumentación, la creatividad o la disciplina intelectual.

Un reciente estudio del MIT lo deja en claro: el uso intensivo de IA para redactar textos puede atrofiar el desarrollo de habilidades humanas fundamentales. No hablamos solo de trampa académica. Hablamos de generaciones que se formen en un entorno donde la producción intelectual no es fruto del esfuerzo, sino del copy-paste sofisticado, automatizado, inmediato.

¿Qué pasa con el sentido del mérito? ¿Con la capacidad de investigar, dudar, escribir, corregir, persistir? ¿Qué pasará con la lectura crítica si todo es un resumen generado? ¿Qué pasa con la ética, cuando el plagio ya no se vive como tal porque “todos lo hacen”?

El debate no es si se debe o no usar IA en educación. El punto es cómo se usa, cuándo, con qué fines y bajo qué condiciones éticas y pedagógicas. Hoy, el sistema escolar y universitario chileno no tiene una respuesta clara. No hay protocolos, no hay guías docentes, no hay acompañamiento. Peor aún, hay silencios. Y en los silencios de los adultos se incuban los retrocesos de los jóvenes.

Urge avanzar hacia una política nacional sobre IA en el ámbito educativo, con participación de expertos, profesores, estudiantes y universidades. No podemos dejar que una tecnología tan poderosa como la IA nos supere por inercia o desidia. De lo contrario, estaremos formando generaciones que saben pedirle a una máquina que piense por ellas, pero que nunca aprendieron a pensar por sí mismas.

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