Ricardo Rincón González
Abogado, ex parlamentario.
La tragedia ocurrida ayer en el Estadio Monumental, con dos personas fallecidas y un nivel de violencia que solo puede describirse como brutal, vuelve a sacudir la conciencia nacional. Otra vez nos enfrentamos a una pregunta que ya parece retórica: ¿somos capaces de tener espectáculos futbolísticos seguros en Chile?
La respuesta, a la luz de los hechos, es dolorosamente evidente: no. Ni los clubes, ni Carabineros, ni las autoridades políticas han estado a la altura del desafío. Y mientras se repiten los minutos de silencio y las declaraciones de rutina, los vecinos de los estadios viven en un entorno de constante inseguridad, los hinchas comunes temen asistir a los partidos, y los delincuentes organizados —porque esto ya no es simple barra brava— continúan actuando con impunidad.
La paradoja es que en pleno 2025, con acceso a tecnologías de punta que ya se utilizan en múltiples países para prevenir este tipo de incidentes, seguimos operando con una lógica de los años noventa. Los estadios no cuentan con sistemas biométricos de ingreso, capaces de detectar en segundos a individuos con órdenes de detención o con prohibición de asistir a eventos masivos. Carabineros, por su parte, no parece coordinarse con las herramientas que la inteligencia artificial ofrece para analizar redes sociales, donde los llamados a la violencia se hacen públicamente, sin consecuencias.
¿Por qué no se emplean algoritmos para identificar patrones de incitación a la violencia? ¿Por qué no se utilizan cámaras con reconocimiento facial como se hace en grandes capitales del mundo? ¿Por qué no se cruza información entre bases de datos judiciales, policiales y de clubes para impedir el ingreso de quienes han demostrado que no están ahí por el fútbol?
La tecnología está. Lo que falta es voluntad. Voluntad para enfrentar intereses enquistados en las dirigencias de algunos clubes, para profesionalizar el control del orden público en espectáculos deportivos, y para entender que el problema no es solo de los estadios: es del tejido urbano, es de las familias que viven cerca, es del país que ve deteriorarse uno de los pocos espacios de encuentro masivo que nos quedan.
No se puede seguir normalizando la tragedia. Cada muerte, cada enfrentamiento, cada operativo desbordado es una señal de alerta. Y cada día que pasa sin decisiones concretas, sin innovación en el control, sin inteligencia aplicada, es una nueva oportunidad perdida para recuperar algo tan básico como el derecho a vivir —y disfrutar— con seguridad.
Es hora de actuar. No con más represión improvisada ni con despliegues reactivos que llegan tarde, sino con planificación estratégica, tecnología, y sobre todo, responsabilidad institucional.