Editorial
No es una película. No es ciencia ficción. No es un mal sueño. Es la realidad que enfrentamos en 2025: el terrorismo ha vuelto a golpear con fuerza, recordándonos que la amenaza no ha desaparecido.
El 1 de enero, durante las celebraciones de Año Nuevo en Nueva Orleans, un ataque terrorista dejó 15 muertos y al menos 35 heridos. El perpetrador, portando una bandera del Estado Islámico, embistió con una camioneta a una multitud y luego abrió fuego antes de ser abatido por la policía. Este acto de violencia, en pleno corazón de Estados Unidos, demuestra que el extremismo violento sigue presente y activo.
En Brasil, la policía frustró un atentado con bomba planeado para un concierto de Lady Gaga en Río de Janeiro, al que asistieron más de 2,1 millones de personas. La célula terrorista, compuesta por jóvenes radicalizados en línea, planeaba ataques con cócteles molotov y explosivos caseros, buscando notoriedad en redes sociales.
En el sur de Asia, el ataque en Pahalgam, India, dejó 28 turistas muertos y más de 20 heridos. El grupo terrorista Frente de Resistencia, vinculado a Lashkar-e-Taiba, reivindicó el atentado, que ha exacerbado las tensiones entre India y Pakistán, ambos países con capacidad nuclear.
Estos eventos no son aislados ni fortuitos. Reflejan una tendencia preocupante: la persistencia y adaptación del terrorismo en diferentes formas y contextos. Desde ataques de “lobos solitarios” hasta células organizadas, el extremismo violento sigue siendo una amenaza global que requiere atención y acción coordinada.
Es imperativo que los gobiernos, las organizaciones internacionales y la sociedad civil trabajen juntos para prevenir la radicalización, fortalecer la seguridad y promover la resiliencia comunitaria. La vigilancia, la educación y la cooperación internacional son herramientas clave para enfrentar este desafío.
No podemos permitir que el terrorismo se normalice o se convierta en una constante en nuestras vidas. Debemos permanecer alertas y comprometidos en la defensa de la paz, la seguridad y los valores democráticos.
Porque esto no es una película. Es la realidad. Y está ocurriendo ahora.

