Editorial
Chile enfrenta una crisis de gobernabilidad silenciosa pero profunda: la incapacidad persistente de su clase política para construir acuerdos transversales y sostenibles en el tiempo. Esta parálisis no solo frustra reformas estructurales urgentes, sino que también erosiona la confianza ciudadana y alimenta la polarización.
El reciente artículo “Polarizados” de Juan Pardo en El País destaca cómo la polarización ideológica y afectiva ha profundizado las divisiones entre ciudadanos y actores políticos, dificultando acuerdos fundamentales y afectando la convivencia democrática . Esta situación se ve agravada por el auge del personalismo extremo, donde se priorizan las candidaturas presidenciales basadas en liderazgos individuales en lugar de procesos participativos y deliberativos, debilitando aún más la capacidad para mantener coaliciones y estabilidad electoral .
La falta de acuerdos de largo plazo tiene consecuencias tangibles: reformas estructurales en vivienda, salud, educación, régimen político, tributos y seguridad siguen estancadas. La ausencia de consensos duraderos impide la implementación de políticas públicas efectivas y sostenibles, afectando directamente la calidad de vida de los ciudadanos.
Es imperativo que la clase política chilena supere las divisiones ideológicas y personales para construir una visión compartida del país. Esto requiere voluntad política, liderazgo responsable y un compromiso genuino con el bienestar común.
La historia ha demostrado que los países que logran avances significativos son aquellos capaces de forjar acuerdos amplios y duraderos. Chile no puede permitirse seguir atrapado en la inercia política. Es hora de que sus líderes antepongan el interés nacional a las disputas partidistas y trabajen juntos por un futuro más próspero y equitativo para todos.