Por Ricardo Rincón González, Abogado.
La decisión anunciada por el Presidente Donald Trump de elevar en un 50% la tarifa a las importaciones de cobre desde agosto no es solo un problema para la industria minera chilena. Es, sobre todo, un síntoma preocupante de un giro proteccionista que tendrá repercusiones profundas tanto en Chile como en la economía y los consumidores estadounidenses.
El cobre es el principal producto de exportación de Chile y la base de buena parte de nuestra relación comercial con Estados Unidos. En 2024, Chile exportó a EE.UU. más de US$ 15.600 millones, siendo el cobre responsable de cerca del 40% de ese total. La industria minera chilena tiene en EE.UU. no solo un cliente relevante, sino un socio clave para toda su cadena de valor.
Pero el daño no se detiene en nuestras fronteras. Esta alza de aranceles también golpeará directamente a la industria y los consumidores estadounidenses, al encarecer costos para sectores que dependen del cobre como insumo esencial: construcción, energía, electromovilidad, infraestructura y electrónica avanzada.
Aún no están claros los detalles sobre qué tipos de productos de cobre serán afectados —concentrados, cátodos, ánodos blister—, pero ya es evidente que esta medida rompe la estabilidad de una relación comercial madura, basada en reglas claras y previsibilidad, elementos esenciales para cualquier industria estratégica de largo plazo.
El proteccionismo de corto plazo puede rendir dividendos políticos internos, pero es miope desde la perspectiva económica global. Chile es el principal proveedor mundial de cobre, y la imposición de aranceles arbitrarios a su exportación no hará que EE.UU. pueda reemplazar fácilmente ese suministro ni mejorar su competitividad. Al contrario: elevará los costos internos, afectará la inversión en sectores críticos y retrasará proyectos de infraestructura y transición energética en el propio mercado estadounidense.
Para Chile, este escenario obliga a actuar con inteligencia estratégica. Diversificar aún más mercados, consolidar acuerdos comerciales, agregar valor en origen y profundizar relaciones con destinos como la Unión Europea, el sudeste asiático e India será clave. Pero también será necesario replantearse cómo navegamos en un mundo donde los acuerdos multilaterales están siendo desafiados incluso por aquellos que los promovieron durante décadas.
Por último, esto debe ser una señal de alerta para la política interna: un país pequeño y abierto como Chile no puede vivir del cobre como simple commodity, ni depender excesivamente de un solo mercado o producto. Urge avanzar en una estrategia de desarrollo basada en la innovación, la industrialización sustentable y el encadenamiento productivo nacional.
Si no aprendemos la lección que deja este giro proteccionista, seguiremos siendo vulnerables a los vaivenes de decisiones externas que no controlamos. Hoy más que nunca, Chile debe combinar diplomacia económica con inteligencia industrial. Porque esta crisis es también la oportunidad de proyectar un país que exporte no solo cobre, sino también sofisticación, servicios y talento.