Editorial
En la reciente edición de los Juegos Mundiales de Chengdu, la karateca Valentina Toro escribió una nueva página en la historia del deporte chileno. Su medalla de bronce en la categoría de 55 kilos no solo significó el primer podio mundial en una disciplina de combate para Chile, sino que también confirmó una tendencia que deberíamos asumir como parte de nuestra estrategia deportiva: nuestro país tiene claras ventajas en deportes individuales o de duplas.
Desde hace décadas, Chile ha demostrado que, a pesar de limitaciones presupuestarias y logísticas, sus atletas logran resultados notables cuando la preparación y la competencia dependen más del esfuerzo personal que de estructuras colectivas complejas. El remo, la natación, el tenis, el surf, la vela, el tiro, el esquí náutico y ahora el karate son ejemplos de disciplinas en las que nuestros deportistas han llevado la bandera nacional a lo más alto, muchas veces enfrentando potencias deportivas con recursos infinitamente mayores.
Este patrón se explica por varios factores: menor necesidad de infraestructura masiva, entrenamientos más personalizados, y la posibilidad de construir carreras internacionales con apoyos focalizados. En deportes colectivos, en cambio, la falta de masificación, la débil competencia interna y la escasa inversión suelen dejarnos muy atrás frente a rivales mejor organizados.
El caso de Valentina Toro es inspirador porque combina talento, disciplina y un enfoque competitivo de elite, pero también debería ser una señal para la política deportiva: si queremos multiplicar estos logros, debemos priorizar programas que fortalezcan deportes en los que Chile ya ha demostrado tener ventajas comparativas. La inversión inteligente no es repartir recursos de manera plana, sino potenciarlos donde pueden transformarse en medallas, orgullo nacional y motivación para nuevas generaciones.