Por Ricardo Rincón González. Abogado.
Las elecciones primarias del próximo 29 de junio no solo definirán un nombre dentro del oficialismo. Serán, en verdad, una suerte de plebiscito sobre su vigencia política, su capacidad de movilización y su conexión con la ciudadanía. Así lo advierte con agudeza el analista electoral Pepe Auth, quien ha señalado que “si en la primaria oficialista participa apenas un millón de personas, sería el naufragio de la opción oficialista” (El Mercurio, 21 de mayo, p. C3).
La cifra que fija Auth como umbral —dos millones de electores— no es antojadiza. En las primarias presidenciales de 2021, Gabriel Boric venció a Daniel Jadue con la participación de más de 1,7 millones de votantes en Apruebo Dignidad. Hoy, con el desgaste del gobierno, con un Frente Amplio que no logra representar el anhelo de cambio de 2021, y con una centroizquierda desconectada de sus bases territoriales, alcanzar esa marca no es solo un desafío: es una prueba de supervivencia.
Porque si el oficialismo no logra convocar masivamente, lo que quedará instalado en el tablero político es un escenario con dos derechas como únicas fuerzas competitivas: una moderada y liberal, y otra identitaria y reaccionaria. Y no bastará el discurso de la “unidad del progresismo” para evitarlo si no hay adhesión popular concreta en las urnas.
El dilema para el oficialismo no es quién gane esa primaria —si Carolina Tohá o Gonzalo Winter, por ejemplo— sino cuánta gente esté dispuesta a movilizarse por esa causa. Porque si la respuesta ciudadana es tibia, el mensaje será claro: el gobierno perdió su capacidad de encarnar esperanza.
Quienes hoy controlan el aparato institucional del Ejecutivo deben comprender que su permanencia en La Moneda no se traduce automáticamente en liderazgo político. Al contrario, el poder sin convocatoria se transforma en debilidad. El 29 de junio no se mide solo a un candidato. Se mide la credibilidad de toda una coalición.
Y si la respuesta es insuficiente, no será culpa de los medios, ni de la derecha, ni de las encuestas. Será simplemente la señal de que el ciclo del oficialismo está agotado. Y eso, guste o no, abrirá un nuevo capítulo para Chile.