Editorial
La decisión de la oposición chilena de ir dividida a la primera vuelta presidencial de 2025 no solo es un error táctico: es una irresponsabilidad política mayúscula. Mientras el oficialismo ha logrado mostrar unidad, con primarias pactadas y una hoja de ruta común, la oposición aparece ante los ojos del país como un archipiélago de egos, sin propósito común, sin visión compartida y, peor aún, sin gobernabilidad posible.
Los hechos son claros. Evelyn Matthei, por un lado, y José Antonio Kast, por otro, han optado por inscribir sus candidaturas directamente, negándose a enfrentar una primaria que diera legitimidad y cohesión a su sector. A ellos se suman Johannes Kaiser y Francesca Muñoz, completando un panorama que más parece un casting presidencial que una coalición con vocación de poder. El mensaje que se transmite a la ciudadanía es tan evidente como inquietante: aquí no hay proyecto común, sólo ambición personal.
¿Y qué ofrece, en cambio, el oficialismo? Unidad. Con todas sus contradicciones internas, el pacto “Unidos por Chile” ha logrado consolidar una fórmula presidencial a través de primarias legales, transmitiendo al electorado una imagen de responsabilidad y dirección. Puede gustar más o menos su programa, pero al menos tienen uno. La oposición, en cambio, ni siquiera ha demostrado poder sentarse en la misma mesa a debatir ideas.
En un país cansado de la fragmentación y de las peleas estériles, esta falta de seriedad le puede salir cara a la derecha y al centro político. La incapacidad de sus líderes para subordinar intereses personales en favor del interés nacional revela un vacío preocupante de liderazgo real. Porque liderar no es sólo querer ganar: es demostrar que se puede gobernar. Y si hoy no pueden siquiera ponerse de acuerdo entre sí, ¿cómo podrían dirigir un país que clama por acuerdos, gobernabilidad y conducción?
El riesgo es evidente: la dispersión opositora podría facilitar que el oficialismo llegue nuevamente a La Moneda, con un bajo porcentaje electoral pero una sólida unidad política. Si eso ocurre, la responsabilidad será exclusivamente de quienes pusieron su nombre por delante de cualquier proyecto colectivo.
Chile no necesita más candidatos. Necesita estadistas. Y, por ahora, en la oposición, no se ven.