Por Ricardo Rincón González
Abogado, exparlamentario
Este sábado 10 de mayo de 2025, y tras más de medio siglo atrapada en la órbita terrestre, la sonda soviética Cosmos-482 finalmente cayó a la Tierra, tal como predijo la Agencia Espacial Europea. Su reentrada, monitorizada por organismos europeos y rusos, ocurrió sobre el océano Índico, al oeste de Yakarta, sin causar daños. Pero su historia nos deja más de una lección.
Lanzada en 1972 como parte de una ambiciosa misión a Venus, Cosmos-482 nunca logró abandonar la órbita terrestre. Fue víctima de una avería que la condenó a un limbo espacial de 53 años. Diseñada para soportar presiones extremas y sobrevivir en la atmósfera de Venus, esta sonda fue también un prodigio de resistencia: su módulo de 495 kg, capaz de soportar 300 G y 100 atmósferas, cayó intacto como un testimonio metálico del fracaso tecnológico y de los límites de la carrera espacial de la Guerra Fría.
Más allá de lo anecdótico, este episodio subraya un desafío creciente: la basura espacial. Solo en 2024 se registraron más de 140 reentradas descontroladas de objetos artificiales. Aunque la probabilidad de impacto sobre zonas habitadas es remota, el problema es real y creciente. Y plantea interrogantes éticos, tecnológicos y legales sobre la gestión internacional del espacio cercano a la Tierra.
Cosmos-482 es, entonces, más que una reliquia soviética. Es un recordatorio de que lo que lanzamos al espacio no siempre desaparece, y que el legado tecnológico también puede convertirse en amenaza silenciosa.
Si bien aún las probabilidades de que la basura espacial termine siendo una amenaza son bajas (es más fácil que un rayo caiga en el mismo lugar dos veces, a que un objeto espacial lo haga sobre un ser humano), cada vez se hace más necesaria una gobernanza global del espacio, que prevenga riesgos, comparta información y no espere a que la próxima caída se convierta en noticia por razones trágicas, más aún con el creciente poblamiento, la última década, por privados de naves y satélites por miles y ya no por decenas de apuestas estatales limitadas, como acontecía en el siglo pasado.